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"El remendante" de Erika Castillo

Erika Castillo, mamá de tiempo completo, sus letras toman vida por las noches cuando las hadas han hecho su labor y le han dado sueños de arcoíris y unicornios a su hija.




EL REMENDANTE


Devotamente sentado está, en su regazo un corazón, lo toma delicadamente en sus manos, está muy maltratado. El sufrimiento se ha impregnado en él. Desde la repisa de la ventana un gato lo observa atento, moviendo su cola, espera ansioso. El remendante con mucho amor repara este corazón, no es viejo, pero está cansado, ha enfrentado mucha soledad, no es débil, pero ha sido golpeado muchas veces, no es orgulloso, pero ha sido fragmentado incontablemente.

Estos corazones son complicados Niebla le dice amorosamente a su gato, mientras lo ve por encima de sus lentes.

Hay que dedicarles mucho cariño y paciencia, no es fácil remendarlos.


Une cada trozo del corazón con el hilo que antes buscó, tiene que ser el adecuado; no muy grueso porque lastimaría, pero tampoco frágil porque no se sostendría, debe de ser un hilo fuerte y delicado que le permita unir sin desgarrarlo, para que vuelva a ser de nuevo.

Niebla no se mueve de su lugar, sabe que es una jornada larga y su compañía es requerida. Trabajando sin parar el remendante con infinita compasión va dando cada puntada, es preciso y ágil en su mano; varios años ya de esta labor le han enseñado a repararlos sin comprometer su esencia.

Déjate sanar por el dolor, pierde el miedo a sufrir y encontrarás gozo en existirsusurra con delicadeza al corazón.

Las cicatrices que tienes te hacen bello, te hacen único, te vuelven poderoso.


Pasan las horas, las agujas han cambiado y el hilo no baila entre sus manos, el carrete ahora es un juguete interesante para Niebla que lo golpea de un lado a otro con sus patas. Ha terminado ya, el remendante se levanta de su silla y con extremo cuidado coloca al corazón en una bella caja de madera adornada con suaves telas de terciopelo; sólo falta lo más importante, darle su propia luz.


Se dirige al estante que está a su izquierda, lleno de preciosas botellas de colores cada una con una forma única, con un brillo especial.

Ésta servirá comenta mientras toma una botella de cuello alargado y fondo ancho, color verde esmeralda, remueve la estrella que impedía a la luz salir, y vierte un poco sobre el corazón. La luz lo va cubriendo bellamente, resalta cada una de sus reparaciones. Niebla observa atento.

Para esto sirven las heridas, mi querido amigo, para dejar entrar la luz, para mostrar lo hermoso que eres y te des cuenta de que no tienes que buscar afuera lo que ya posees.


Cierra la caja y lentamente recorre con la mirada su taller buscando algún detalle pendiente mientras se quita su mandil de cuero, y lo deja sobre la mesa. El remendante y Niebla salen del pequeño y hermoso taller, donde tantos corazones han sido reparados con desinteresado amor; suben las escaleras lentamente dirigiendo la mirada a uno de los cuadros que reposan en la pared, es el rostro del amor, del perdón y la compasión. Es el rostro de su amada que desde hace tiempo ya lo espera donde las lágrimas no duelen y los atardeceres son eternos.

A la mañana siguiente, después de haber desayunado a los rayos del sol junto a la ventana, se pone su chaleco a cuadros con su gorro a juego, toma la caja que la noche anterior cerró y sale de casa entonando una bella melodía. El remendante recorre la ciudad saludando a quien encuentra en su camino, todos lo conocen, en más de alguna ocasión han visitado su taller. Llega a una pequeña casa en la colina, toca a la puerta y espera en silencio. Después de un rato una joven abre la puerta, su mirada esta vacía, sus ojos grises y nublados, han llorado mucho tiempo, al ver al remendante le pregunta ansiosa:

¿Tuvo arreglo?

Sí comenta él con la mirada llena de compasión, porque conoce lo profundo de sus heridas y el dolor que le causaron.

Ahora es un corazón más fuerte, lleno de luz, es sabio y noble, tuvo un maestro grande, el sufrimiento.


La joven sonrió por primera vez en mucho tiempo, abrazó al remendante y entró a su casa, tomó el corazón de la caja y lo colocó en su pecho, una bella luz iluminó toda la habitación, el color volvió a sus ojos y su sonrisa abarcaba todo su rostro, ella se volvió al remendante para agradecer, pero éste ya se había retirado, su misión estaba completa.

Llegó a su casa llena de recuerdos, de momentos que viven impregnados en los rincones esperando una mirada que les permita vivir de nuevo.

Así es la vida para nosotros los viejos, le dice alegremente a Niebla.

La soledad es nuestra mejor compañía.

Se preparó un té y se dispuso a organizar su taller, levantó hilos que estaban ociosos por el piso, acomodó carretes que bailaban por las repisas y enfiló agujas que cotilleaban por la mesa; subió a su cuarto y echo una mirada llena de añoranza al cuadro que siempre le acompaña desde que la soledad vino a habitar con él.


Los días pasan en compañía de Niebla y los recuerdos de tiempos pasados; cuando una mañana un golpe a la puerta interrumpió su café, al abrir descubrió una caja en el piso la tomó y se dirigió a su taller, al abrirla vio un corazón triste que ya había sido remendado numerosas veces, pero las costuras habían cedido a los inclementes tiempos de la vida; lo miró pensativo durante mucho tiempo, sabía que requería un trabajo especial. Cerró la caja y se fue a caminar al parque, tenía que aclarar su mente para saber como ayudar a ese corazón; los niños jugaban y reían a lo lejos, las madres platicaban animosas en las bancas y los enamorados veían nubes acostados sobre el césped.

Los viejos nos sentamos a lo lejos a ver la vida pasar, pensó.


Era hora de regresar. Al entrar a su taller descubrió a Niebla enredado en un montón de hilos mortificado por no poder zafarse de tan embarazosa situación, el remendante sonriendo empezó a ayudarlo, a medida que lo sacaba los hilos se mezclaban uniformemente tejiendo un bello hilo de colores, al terminar vio que tenía una madeja de un hilo fuerte apropiado para un corazón cansado. Tomó sus agujas se sentó a la mesa y empezó a zurcir el corazón misterioso; era difícil repararlo, las rasgaduras eran profundas y el dolor brotaba al tocarlo. Pasó toda la tarde remendando el corazón, susurrándole cuan bello y fuerte era a raíz de lo que había sufrido, como sus heridas le daban una perspectiva diferente del dolor y del amor. A la mañana siguiente Niebla ya lo esperaba en el taller, sentando a la mesa moviendo su cola.

Necesito una luz especial dijo una que pueda embellecer el dolor.

Niebla señala una botella de color morado que estaba en la repisa más alta, tintineando suavemente.

¿Esa?dice el remendante asombrado pero es de Ella.


Toma la botella y suavemente le sopla el polvo, los recuerdos vuelven, momentos llenos de dolor, aprendizaje y amor. Rocía el corazón con la luz de la botella de su amada, éste se mueve agradecido, lleno de gozo. El remendante sonríe, ha gastado la última luz que tenía de ella, pero ha valido bien la pena. Los días pasaron y nadie llamaba a la puerta, el remendante compartía sus historias con el corazón solitario, le contaba anécdotas de las fotografías de la casa, lo invitaba a sus paseos matutinos, se habían hecho cercanos, acompañándose en su soledad se convirtieron en amigos.


Un día un pequeño viejecito pasaba por su casa, caminaba lento y su mirada no se despegaba del piso, al verlo, el remendante supo inmediatamente que hacer: tomó el corazón, y se lo ofreció con mucho cariño. Hubo duda en la mirada del viejecito, el miedo llevaba mucho tiempo habitando en él, al colocar el corazón en su pecho descubrió sentimientos de amor, compasión y ternura, sintió la paciencia con la que había sido reparado y encontró algo nuevo, amistad.


El remendante abrazó al viejecito con un amor grande e infinito porque entendía bien lo que había sufrido, lo que había vivido, también él lo vivía y lo sufría. Los dos caminaron al parque compartiendo sus historias de vida. La amistad que forjaron fue el mejor regalo que ambos recibieron en un momento donde la soledad era su única compañía.


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