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Poesía de Stephanie Guaño (Ecuador)



Stephanie Guaño nació en Quito en 1990. En los últimos años ha dirigido dos programas de promoción lectora en la provincia de Loja (Ecuador): Leer en Red y Leo-Labs: laboratorios de lectura y escritura creativa. Ha sido jurado de concursos de escritura creativa juvenil y dirigió la Revista Literaria Ripio. Actualmente, es docente de la Universidad Nacional de Loja. Textos suyos circulan en las revistas digitales Nudo Gordiano y La Ninfa Eco.





DOLOR PRIMERO


Entre sábanas blancas

se teje una historia de leche y sangre 

porque una y otra vez, el cuerpo insiste en el dolor primero.

Entonces, vuelvo a vaciarme en coágulos en medio plenilunio 

porque el vientre escupe desde el temblor que provoca 

y en medio temblor muerde todo intento de existencia.

Porque el cuerpo devora la vida, aunque la vida espera 


con la mandíbula abierta

o el puñal bajo la lengua. 


Y la carne que no fue carne se vuelve girones, 

y las mujeres que me rodean abrazan la redondez de mi abdomen  

y prenden velitas para que el niño nazca… para que no tenga cola 

cubren sus propios ojos para no ver la sangre 

cubren mi boca para no oír que mi útero se hizo río 

que no importa si quería o no quería matar al niño/niña 

la vida crece como un liquen sobre las rocas. 

La vida que nace no siempre es la que uno espera, 

yo por ejemplo, les nací con el vientre podrido

a final de cuentas, los hongos que arruinan el pan también están vivos.

Y yo devoraré a mis hijos camino al alumbramiento  


para que la vida no los aplaste, para que no los corrompa con su amor enfermo.

Mi útero está podrido, madre, ese es mi acto de amor 

no la crianza adoradora de espejos que luego se rompen

Solo un útero que escupe sobre el pavimento. 

Solo una procesión interminable de células que se abrazan hasta la asfixia 

de nadies que se ahogan en medio del eco de tantas voces: 

“Bendito sea tu vientre”, un cubo yermo enraizado en el cuerpo

“alabado sea el fruto”,  trocitos gelatinosos que le ofrezco a la tierra   

“maldita seas tú entre todas las mujeres”, yo, canibal de mi descendencia. 

Yo, paridora del llanto ajeno, de la desesperanza de mi raza

que insiste en repetirse como se repite el ruido o la rabia.   

                                                                                                                                             

            


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