Claudia M. Sánchez Cadena (Morelos, México, 1982). Estudió Letras Hispánicas en la UAEM. Ha colaborado en las revistas electrónicas Monolito, Tercera Vía y en La raza cómica, también en el suplemento cultural La Jornada Semanal, en la revista cartonera PUF!, en Cracken Fanzine y en la publicación La Otra.
Autora de las plaquettes Reconstrucción (Ediciones Simiente, 2014), Árbol de jilgueros (Colección Galaxias, FEDEM, 2018) y de los poemarios Agapantos (Mantra Edixiones, 2019) y Esquirlas (Ojo de Golondrina Editorial & Cuadernos Reciclados, 2021).
SUBLINGUAL
Tulipanes
que se vuelven alas
oídos del viento
conejos con los ojos en blanco
viento del oeste
que sacude el vidrio flojo
Denise Levertov
Pienso en el dolor adentrándose en la cal de tus huesos,
decidido a permanecer,
imagino las cenizas que se deshacen en tus dedos,
tú, dispuesta a vaciarte en una alcantarilla.
Un tulipán rojo sobre la acera es arrastrado por el agua.
Siento la tristeza que te traspasa,
la muerte pintada de rojo,
la gangrena que te atraviesa,
nos atraviesa.
Te pienso,
desangrándote en una silla de oficina,
rodeada de torsos vacíos,
tu voz como hilo que se descose
atravesando todo para llegar a un silencio profundo;
no puedo nombrar aquello
que resuena en tu cabeza y aloja la rabia,
despiertas en una hamaca blanca y escondes las cenizas.
Un tulipán rojo sobre el asiento,
flor perfecta y oxidada,
se desprende bajo la lluvia.
LUCRECIA
Estoy sentada en tu vieja casa, abuela,
donde no estás tú ni tu máquina Singer,
ni los camisones que olían a polilla
o la esquina que habitaba la gata negra,
una casa llena de humedad que sigue en lo alto de Cuernavaca.
Esperaste a que mamá recorriera la ciudad inundada
para despedirte de ella,
con las luces amarillas de la noche;
a veces quisiera que fueras un fantasma
para platicar contigo mientras Virginia corta mis cabellos,
para decirte que de repente me siento triste,
otras, un poco feliz,
para hornear un pan y compartirlo al ver la tele,
contarte que a veces extraño tus dedos largos
y que algún día visitaré tu playa en Colima.
Pero si fueras un fantasma
no podría buscar flores diminutas para llevarlas a casa,
ponerlas en un frasco vacío
y pensar en las arrugas que surcaban tu piel,
en ti sentada en el humedal de la casa.
En este lugar no hay mar,
ahora te veo en la marea de los árboles;
aunque naciste tan cerca de las olas
no estuviste mucho tiempo en esas calles estrechas y empinadas,
viniste hasta aquí para pisar este sitio que ahora me parece tan seco, abuela,
faltan las lágrimas que compartimos al escuchar ese tango de Gardel.
No quiero que seas un fantasma
y te cubra una sábana blanca,
que permanezcas en un lugar que se deshace y sangra
o que te rodeen mirlos negros
y no puedas contarme más secretos,
no quiero que recorras la casa en silencio sin poderte despedir para siempre.
MARGEN
Edificar un puente
para llegar a algún lugar,
tomar el café de la medianoche,
contemplar la decadencia
a una distancia prudente,
mirar mi casa,
extrañarla,
junto a la tibieza de la gata
y la gotera que está sobre mi cama.
Construir un puente y llenarlo de macetas
para recordar el camino de regreso,
llevar conmigo la raíz de la albahaca,
la cacerola despostillada,
hogar del pachycereus marginatus,
llorar algunas lágrimas falsas
al extrañar la tierra de mi patio,
las plantas,
el cielo mohoso,
la calma de la madrugada.
Sentarme a la orilla del puente
para mirar el infinito,
creer que es necesario viajar para añorar la patria,
pensar en el concepto de patria,
en los vínculos afectivos,
tan solo para descubrir
que es mejor despatriarse
y dedicarse a regar las plantas.
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