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"Una muñeca particular" de Paola Alejandra Escorcia Molina

Paola Alejandra Escorcia Molina (Caracas, Venezuela). Le mueve el arte en sus diversas expresiones: dibujo, pintura, escritura, escultura, baile, la música R&B, el soul y el pop. Sus géneros literarios favoritos son la fantasía, el suspenso y la ciencia ficción; sus referentes son Armando José Sequera y Agatha Christie. Entre sus logros literarios están: Mención Publicación en el X Concurso Literario Biblioteca Popular del Paraná (Argentina, 2020, categoría Pre-Adolesc

entes). Finalista del VII Certamen de Microrrelatos "Javier Tomeo" 2020-2021 (España, categoría juvenil). Finalista en los siguientes certámenes: V Concurso de Haikus "Recuerda" (España, 2019); V Concurso de Haikus "La Lupa", (España, 2020) V Certamen de Haikus "Ueshima Onitsura” (España, 2020) y V Certamen de Haikus “Takarai Kikaku” (España, 2020).



Una muñeca particular

Aquella vieja muñeca estaba resguardada en una vitrina de cristal. Una vitrina centenaria, que era parte de los muebles de gruesa madera de mis antepasados. Con los años pasaría a mi cuidado. Una tradición de mi familia materna. Sin embargo, no era un buen día. Al menos no para mí. Un tétrico escalofrío recorrió mi espalda al mirar aquella muñeca. Podría parecer inusual, incluso ridículo, que se me pusieran los pelos de punta por pensar que aquel juguete pudiera estar en mi habitación o, siquiera, estar entre mis brazos. Sus rizos dorados estaban peinados en dos trenzas, que acababan con lazos de tela de un rojo vivo; portaba un vestido amarillo, con un estampado de siluetas de flores blancas. Los ojos inmóviles, cosidos a mano, mantenían una mirada atenta, vigilante. Su macabra sonrisa se había ido descosiendo por los años de uso. La tela de su piel estaba algo sucia y cubierta de polvo.


Había sido propiedad de mi tatarabuela, mi bisabuela, mi abuela y mi madre; algún día sería mía, ya que era la mayor de mis hermanos. Pero a mí me repugnaba esa tradición retrógrada. Además, todo en aquella muñeca resultaba espeluznante, enfermizo. Me daba la impresión de que estaba endemoniada. Jamás había sido capaz de decírselo a alguien de la familia. Cuando nos reuníamos, mis parientes expresaban las altas expectativas que tenían en mí, por la responsabilidad que implicaba cuidar la muñeca.


Todo eso aumentaba mi estrés y el sentimiento de desprecio que sentía por dicha tradición. Pero la culpa me carcomía. Llegó el momento que agudizaba mi terror, como una navaja sobre mi yugular. Mi abuela sacó la muñeca de la vitrina, aproximándose a paso lento. La repulsión crecía en mi alma. Me costaba respirar. En mi mente prevalecían la agonía y la negación. Todo se nubló a mi alrededor, en medio de una creciente náusea. Observé con pavor a la muñeca, y ella, con su sonrisa descosida, me devolvió la maliciosa mirada de sus ojos inmóviles. Cuando mi abuela me la tendió para que la tomara entre mis brazos… me sumí en una oscura irrealidad.


Me desvanecí en un espacio que parecía fuera del tiempo. Llegué a pensar que había sufrido un desmayo.Sin embargo, no tardé en despertar. Sí, todo había sido un sufrimiento causado por mi propia imaginación. Estaba en mi cuarto, tendida sobre mi cama. Sola, lejos de mi abuela. Lejos de la muñeca. Miré hacia la ventana. Faltaban algunos minutos para el amanecer. Aliviada, feliz, cerré los ojos. Aprovecharía los últimos minutos de la madrugada para descansar y dejar atrás aquel mal sueño. Y cuando creí que había vuelto a mi realidad... volví a despertar. La horrenda muñeca estaba entre mis brazos. Su contacto quemaba como fuego vivo. Volvieron la náusea, la negación, la agonía. Y mi abuela me miraba con sus ojos inmóviles y su sonrisa descosida.


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